Poesia a motor

Abaixo está a conclusão do Carlos Cristófalo (do Argentina Auto Blog, link aí do lado) após ter rodado por 48 horas com um Porsche Cayman S. Esta é a poesia que emana de estar em contato com um carro realmente superior, uma realização sublime. Quem gosta de carros não tem como não ler e não se identificar.

Esta no puede ser una conclusión cualquiera, porque el Porsche Cayman S no es un auto común. Tampoco fue normal lo que me inspiró a hacer durante las 48 horas que estuvo en mis manos. Colgué el trabajo, postergué llamados y no respondí e-mails. Salí a la ruta e hice 300 kilómetros sólo para almorzar una picada de fiambres con dos amigos que viven en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, donde la gente todavía tiene tiempo de juntarse al mediodía y después dormirse una siesta antes de volver a trabajar.

Saqué a pasear a otro amigo, al que la puta vida lo está golpeando en este momento donde más duele, sólo para compartir durante una hora la frívola alegría de salir a dar una vuelta en Porsche.

Vagué por rutas, autopistas y hasta me divertí en un autódromo solitario, donde los únicos testigos eran unos chicos que practicaban karting y me envidiaban el auto, sin darse cuenta de que yo les envidiaba a ellos la habilidad con el volante.

Hablé durante horas con gente cuyo nombre nunca pregunté, sólo porque unos ingenieros de la lejana Stuttgart se esmeraron para crear un objeto tan maravilloso, capaz de romper las barreras entre desconocidos.

Y eso que me comporté como un caballero y resistí la obvia tentación de salir a yirar por la noche de Buenos Aires, con resultados que sólo hubiera podido publicar en un tratado de antropología porteña.

Todo eso me hizo descubrir que un Cayman no es un auto que se maneje para llegar rápido a algún lugar o para masajear el ego del propietario. Es un auto para estados de ánimo. Y con capacidad para cambiarlos. Siempre para mejor. No es un medio transporte que vayas a utilizar por necesidad, sino sólo cuando estés con el humor acorde.

Fue una pena devolverlo, pero una alegría haberlo manejado de manera tan intensa y tan variada. Cuesta 121 mil dólares y en cuanto termine de juntarlos –tarde o temprano- me lo voy a comprar. Digamos que ponerlo así, por escrito, es la mejor fórmula que encontré para extrañarlo un poco menos.

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